No he sido a lo largo de mi vida, ni lo soy ahora en la madurez, un católico practicante activo; pero he tenido y mantengo un respeto y admiración por todas los practicantes de buena fe y sobre todo en la Semana Santa malagueña, donde tenemos el gran honor de pasear por nuestras calles en un nuevo recorrido un museo con obras de arte únicas en la conmemoración de la Pasión de Jesús. La mejor del mundo por su gran trabajo durante el año, en las semanas previas y luego, sencillamente La Semana Grande. Todas y cada una de estas muestras serenan el interior y mi alma se recoge poniendo paz y equilibrio en él.
Valoro nuestras tradiciones porque me lo inculcaron desde niño y a mi madurez ver la Semana Santa malagueña me llena de orgullo y recuerdos. Algo por lo que merezca la pena pensar que tenemos una misión más elevada, cultural, filosófica, espiritual y compartida que la que practicamos hoy basada en la economía destructiva de valores sin barreras, amoral y donde el YO prevalece por imperativo político y social, donde la mediocridad que llega al poder y nos pide un guante blanco que les permita mangonear la Constitución, es decir nada de nada. Justo ahí debemos reconocer el valor de todas y cada una de las Hermandades malagueñas a lo largo de todo el año con su trabajo diario y sin descanso emprenden muchas acciones sociales. Es un lujo para el alma participar con los sentimientos a flor de piel, pero en un anonimato repleto de felicidad al ver que nuestras tradiciones toman raíces y pasan de generación en generación. Gracias a los padres que en casa o en Semana Santa llevan a los pequeños para qué se impregnen de nuestra cultura y tradiciones.
Por eso, y muchas cosas más de mi ciudad y su gente, hacen que me sienta orgulloso de haber nacido junto al mar en aquel incipiente barrio de la Malagueta en la mitad del siglo pasado. Pero este sentimiento arraigado hasta lo más profundo de mi ser, no me quita la responsabilidad de reflexionar sobre algunos comportamientos a lo largo del año y en la Semana de Pasión en particular que se observan por nuestras calles, plazas en incluso callejones. Recuerdo que en la juventud con la pandilla de amigos en esta época del año, nos reuníamos pasado calle Granada, donde muchos de los costaleros pagados que eran peones del puerto para descargar barcos, dejaban los tronos y a nosotros nos gustaba "meter el hombro" y poder llevar el trono a su encierro y así estábamos más tiempo en la calle. Es, o al menos me lo parece más serio ahora, que todos los portadores de tronos en la actualidad lucen las galas de su Cofradía o traje inmaculado y cada día están mejor. No se puede dar rienda suelta a gritos, peleas, borracheras, que deterioran nuestra imagen de ciudad cultural y abierta al mundo. Por favor, seriedad y respeto. Quizás algo más...EDUCACIÓN... y cultura nazarena. Sin el respeto debido, la sociedad en la actualidad es como un monstruo donde todo vale y estos vicios debemos los propios malagueños cortarlos de raíz. Es una época en la que se muestra la ciudad a miles de personas y se ofrece el nuevo recorrido oficial, que personalmente respeto pero no me gusta. Recordad a La Hermandad de Mena que podían tener la impronta de arreglar los desconchones que tiene en su fachada de la capillita y laterales porque desmerece mucho por su historia y la dejadez no es buena consejera. Lo digo con todo el cariño del mundo. Pero queda mal.
Las inclemencias del tiempo este año no son favorables a los desfiles, el jueves al llegar la Legión al Puerta de Málaga nos adelantaba una jornada de lluvia obligando a tomas de decisiones que duelen tras un año de continuo trabajo. Es muy doloroso y en la década de los 70´s, desfilé por el antiguo recorrido como cabo gastador de los "pipiolos" del Ejercito de Aire. Fui Policía Militar en la Base Aérea de Málaga y esta situación me permitió vivir una de las grandes experiencias que la vida, desconocida para mi entonces, que te otorga en la juventud una vivencia y te marca para siempre, sin ser un "capillita". Por eso, desde entonces me acercó a sentir la Semana de Pasión Malagueña, como puede sentirla el propio Presidente de la Cofradías Malagueñas, porque esta forma de vivirla desde dentro, en silencio, incrementa mi sentimiento y pasión por mi ciudad, sus historias, su cultura y su gente.
Sin embargo, tengo, desde hace muchos años, por aquello de que desfilé por sus calles de mi ciudad y pueblos de la provincia, coincidiendo con la Legión. Quizás por eso guardo en un trocito del corazón la predilección por la Congregación de Mena. Comentaré un poco de historia y espero no cometer muchos errores en mis reflexiones, por anticipado pido perdón si en algún momento mi sentir va por delante de la razón. De todas las fotografías conocidas de la talla del andaluz Pedro de Mena, esta es la que permite un recogimiento íntimo y reflexivo, porque pone de manifiesto el incomparable y magnífico trabajo del artista, mostrándola en estado puro. Una obra de arte que nunca debió ser ultrajada.
La escultura, que costó 30.000 de las antiguas pesetas y sufragadas por un grupo de congregantes, es una reinterpretación del original, casi como si el escultor Pedro de Mena hubiera guiado las manos de Palma desde el propio cielo. Es lo que algunos han llamado la recreación admirable del Cristo de Mena, aunque no es exacta. Las diferencias entre ambos Cristos es grande por sus connotaciones de interpretación del maestro malagueño. El rostro del crucificado de Palma representa la muerte personificada. Tiene la boca entreabierta y se le aprecian detalles como los dientes y la lengua. Por las sienes cae la sangre que le provoca la corona de espinas, que se elabora cada año, siendo impuesta en un acto íntimo antes del traslado al trono que efectúan los gastadores legionarios. Una obra de arte que transmite toda la Pasión de Cristo que sigue donando desde la cruz bondad y perdón. De la talla original sólo se conserva parte de una pierna, rescatada durante la quema por el artista Francisco Palma García y expuesta en el Palacio Episcopal, y un pie con un clavo, que lo custodia la Congregación del Cristo de Mena. Estas secciones de la talla fueron agrupadas tras la quema por Narciso Díaz de Escovar, académico de Bellas Artes de San Luis que, en una carta al escritor malagueño Miguel Ruiz Borrego describía los hechos diciendo: " El Cristo de Mena que se creía salvado, se quemó luego. Han aparecido los carbones. Palma salvó una pierna y mi sobrino tiene un pié casi carbonizado, pero se ve el hueco del clavo y se conservan dos dedos…"
La talla del Cristo va sobre un trono de singular diseño. Francisco Palma Burgos lo realizó en 1943 con una estructura singular, y un frente con una pronunciada curva, con cuatro candelabros en sus esquinas y de madera tallada, dorada y policromada en estilo neobarroco. De esta forma se establece un conjunto armónico perfecto que realza la imagen de manera espectacular. En 2001 el trono fue restaurado por Rafael Ruiz Liébana, con la consolidación, reposición y dorado de cada una de sus partes.
Quizás la imagen antigua fuera más bella porque desapareció, no lo se, porque nada ni nadie pudo transformarla en algo distinto de aquello para la que fue concebida y plasmada. Al desaparecer volvió a ser lo que era y no en lo que la habían convertido. Los testimonios hablan de que fueron directamente a por ella, porque era símbolo de algo, probablemente, el Cristo o la talla del crucificado de Mena siguió perdonando el pecado de la maldad del hombre incluso en su destrucción.
De todas formas en la Semana Santa de Málaga, cada trono del Cristo en su Pasión o de la Virgen en su infinito dolor como madre nos muestra la cara de Jesús con su infinita bondad, serenidad, sufrimiento y perdón mecidos con el singular estilo del paso malagueño. En la actualidad son muchos malagueños y foráneos que profesan una profunda devoción a cualquiera de las diversas Hermandades. Cada Semana Santa los Caballeros Legionarios custodian al Cristo de la Buena Muerte hasta que regresa a su Casa Hermandad la tarde noche del Jueves Santo malagueño. Me gusta mirarlo y compartir en mi alma parte de su dolor porque de esta forma y en silencio se cumple la penitencia de cada año. Es un deber y una obligación como malagueños conservar las costumbres, nuestras tradiciones y las leyendas porque de esta forma forjamos nuestra propia historia y el futuro de nuestra sociedad.
Archivo Fotográfico: © Antonio Diestro Quijano